Lo más indicado para regar es intentar recoger agua de lluvia. A pequeña escala, se pueden utilizar cubos y palanganas. También se puede aprovechar el agua de lluvia que cae sobre sus tejados y discurre por los canalones, conduciéndola a un depósito. Debemos de saber que hay muchas ventajas entre el agua de lluvia y el riego que realizamos nosotros, y entre las más importantes se encuentran:
El agua de lluvia no tiene cloro, como sí lo tiene el agua potable.
También, al “golpear las gotas de lluvia sobre las hojas” éstas se limpian, arrastrando el polvo acumulado durante los días más calurosos y secos. ¡Es como si las propias plantas se duchasen!
Si la lluvia dura mucho tiempo, al filtrarse más profundamente el agua en la tierra, arrastra con ella a los nutrientes que se encuentran en las zonas más superficiales del terreno para acercarlo a las raíces más profundas.
Hay que tener especial atención con las plantas delicadas, tanto del jardín como interiores, ya que han de regarse con agua embotellada o de lluvia, nunca del mar. El método más recomendado para el riego es pulverizar el agua y mojar bien todas las partes verdes para limpiarlas del salitre que se acumula.
Para regar el jardín lo más cómodo es hacerlo con aspersores. Si se opta el riego por goteo, con el paso de los años, aparecerán problemas de acumulación de sal en los orificios de salida de los tubos y se tendrán que limpiar o sustituir por otros.